El estilo minimalista es la insignia de la modernidad. Lejos del recargamiento o la exuberancia del barroco, el minimalismo es la evolución hacia una madurez decorativa. El orden y el equilibrio son valores que comparte con el clasicismo, pero al contrario que este último, su diseño se encamina hacia lo industrial, pero sin llegar a ser tosco y vulgar.
Los orígenes del minimalismo
La elegancia es otra de las máximas de este diseño. Este movimiento nació en los años 60 en Nueva York como respuesta a la excesiva sobrecarga de adornos en esa época. Es obvia la influencia oriental en este movimiento, sobre todo, del arte japonés, con el que comparte la simetría de las formas y la pureza de los colores.
Su objetivo es no es llenar el espacio sino preservarlo. La importancia se le concede a las formas y estructuras de las viviendas, no a los accesorios. Por eso, es importante la limpieza y simplicidad de las paredes, los suelos y las superficies, pero sin caer en lo anodino. El mantenimiento de las formas geométricas puras y estilizadas es esencial. Como hemos dicho, es la elegancia de formas adaptada a lo más vanguardista.
Por norma, todos los objetos de las habitaciones, incluidos los muebles, tiene siempre una funcionalidad, aunque no se sacrifica por ello el confort. Los jarrones con flores o fuentes de frutas suelen ser un buen recurso decorativo para las estancias.
El contraste en este estilo sólo se dará por la colocación de estos pequeños elementos de adorno, aunque deben ser pocos y aislados. Se debe apostar por dos o tres colores únicamente, sin caer en la policromía excesiva. Suele predominar la combinación del blanco y negro, sumada al granate o al metalizado. El minimalismo rechaza totalmente los estampados.
Para conocer la verdadera índole de este movimiento, puedes aprenderte este lema de los diseñadores minimalistas: “menos es más”. Los elementos superfluos de tu vivienda sobran en pos de una combinación de pragmatismo y clase.
¿Te sigue pareciendo que el estilo minimalista está de moda?
