Síndrome de la casa incompleta o la obsesión por lo perfecto

Por fin llega el fin de semana y te tumbas en sofá a descansar con el móvil en la mano. Te metes en Instagram o en Pinterest y, si te gusta la decoración, seguro que sigues a gente con casas inspiradoras. Entonces levantas la mirada y te das cuenta de que en esa pared faltan varios cuadros, que aquella silla tiene el tapizado desgastado o que tienes que ordenar tu armario de una vez. Lo que prometía ser una tarde de relax se ha convertido en una batalla contra la ansiedad. Grábate a fuego una lección de vida: Nadie es perfecto. Tu casa tampoco.

No te compares con nadie

Ese scroll infinito de comedores mediterráneos, rincones de café de especialidad y habitaciones de tonos neutros donde entra la luz de manera mágica te afectan, y mucho. Tú miras tu salón con muebles baratos de segunda mano y te fustigas. Las redes sociales son una fuente inagotable de ideas… pero también de frustración. Esos espacios domésticos a los que no les falta de nada te hacen soñar, pero también te deprimen porque miras lo que tienes y reconoces que es imposible replicar esos ambientes  perfectos.

La comparación social mina tu autoestima. Esa continua exposición a las vidas perfectas que pululan en las redes genera sentimientos poco saludables. Que no te engañe toda esa maravilla porque todas esas casas están producidas como si fueran una película. Tienen luz artificial, filtros, ángulos pensados al milímetro… ¿A que no has visto fotos de la maraña de cables detrás de la tele? ¿O de la pila de ropa por doblar? ¿O de la vajilla sucia en el fregadero? Esto lo hay en las casas normales, como la tuya.

Querer no siempre es poder

Da la sensación de que la casa tiene que dar un giro de 180 grados cada vez que cambia la estación o hay alguna festividad: decoración de primavera, verano, otoño, invierno, de Navidad, de Halloween… Sin querer, nos subimos a una rueda que no para de dar vueltas motivados por una autoexigencia extrema. La cultura del orden y de la perfección iguala el caos o lo inacabado con el fracaso personal. ¿Te das cuenta de lo tóxica que resulta esta filosofía para tu salud mental?

Tu hogar está obligado a cumplir con unas expectativas infinitas: cada cosa debe tener su lugar y no se permiten fallos. Pues resulta que tu casa no es museo; es el refugio donde te sientes a gusto, libre y en paz, y donde la imperfección es algo natural porque no vives en un set de filmación, sino en un espacio que evoluciona contigo. El problema no es desear un espacio bonito, funcional o acogedor. El problema es que ese deseo se convierta en una fuente constante de malestar, en una voz interna que repite: “todavía no está bien”.

Nunca digas lo siento a las visitas

“Cuando ponga las cortinas invito a la familia”. Esta es la típica frase que dices en alto cuando te mudas a una casa nueva, ¿verdad? A tus seres queridos les da igual si tu casa está de revista o no; se van a sentir orgullosos de ti hayas amueblado la casa o no. Y lo mismo pasa con tus amigos. Esa tendencia a la perfección te impide improvisar. Imagina que da la casualidad de que un amigo pasa por tu portal de camino a otro sitio y quiere hacerte una visita rápida. ¿No le dejas subir porque no has pasado el aspirador?

Ser un buen anfitrión no depende de si la cama está hecha o no o de si tienes flores en los jarrones. Cuando tu familia o tus amigos van a tu casa van a verte a ti, no a las velas aromáticas que has colocado en el recibidor o a las lámparas de la mesilla de noche. Así que ni se te ocurra disculparte porque no te haya dado a limpiar el polvo o a esa pared le falten unos cuadros. Es probable que por educación tendamos a sentirnos avergonzados por esto, pero ya es hora de superarlo.

Lo que le falta a tu casa eres tú

Ha llegado el momento de reconocer que tu casa siempre estará incompleta, por eso hay que liberarse de esos pensamientos intrusivos llenos de culpabilidad y abrazar tu hogar tal y como es. Solo así recuperarás la tranquilidad y te guiarás por tus propios criterios, no por los que dictan las modas. Estos consejos te ayudarán:

  • Acepta que tu hogar es un proceso, no un producto. Siempre habrá algo que podrías cambiar, pero no te agobies. Tu casa se mueve al ritmo que tú le marcas: mañana estará mejor que hoy, pero eso no significa que hoy esté mal.
  • Pregúntate a ti mismo qué es la perfección. ¿Ese mantel o ese espejo te harán mejor persona? Seguro que no. Lo importante es sentirse cómodo, y para eso no necesitas que absolutamente todo luzca impecable.
  • Ponle límites a las redes sociales. Quizá es el momento de plantearte un plan detox virtual, que lo único que hace es crearte necesidades. Ponle freno al bombardeo constante porque más que motivarte, te confunde.
  • Decora pensando en ti, no en los demás. Darse un baño de vanidad viene bien de vez en cuando, pero tu casa debe reflejar tu esencia, y eso es algo íntimo que no hace falta que sea admirado. Eres tú la persona que vive 24/7 en esa casa.
  • Invita a quien quieras a tu casa. ¿De verdad vas a dejar de disfrutar de la compañía de quienes te importan porque tu casa no está completa? El desorden es parte de tu vida y quien te quiere de verdad no pondrá ninguna pega.
  • Celebra lo que tienes. Si pudieras visitar tu casa como si fueras un invitado, seguro que no juzgarías lo que está mal, sino que te sorprendería hasta dónde has llegado con tu buen gusto. Haz una lista de lo está hecho, no de lo pendiente.
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